por Manuel Basurto V.
Hace poco visite una de esas grandes ciudades que a todo el mundo le gustaría conocer por sus lugares turísticos, clima, playas,etc. Y la verdad es que tiene todo eso y lo disfruté. Pero también tuve la oportunidad de ver la otra cara de la moneda en un recorrido por el centro y algunas de las zonas pobres y marginales de la ciudad. Es impresionante ver cientos de personas cruzando las calles y avenidas, todas absortas en sus pensamientos con sus miradas y cuerpos dirigidos en una sola dirección, la de sí mismos, de prisa tratando de ganarle al tiempo para llegar quien sabe dónde. Pues así son las ciudades, lugares donde la gente se aglomera para quedar más aislada.
Hace poco visite una de esas grandes ciudades que a todo el mundo le gustaría conocer por sus lugares turísticos, clima, playas,etc. Y la verdad es que tiene todo eso y lo disfruté. Pero también tuve la oportunidad de ver la otra cara de la moneda en un recorrido por el centro y algunas de las zonas pobres y marginales de la ciudad. Es impresionante ver cientos de personas cruzando las calles y avenidas, todas absortas en sus pensamientos con sus miradas y cuerpos dirigidos en una sola dirección, la de sí mismos, de prisa tratando de ganarle al tiempo para llegar quien sabe dónde. Pues así son las ciudades, lugares donde la gente se aglomera para quedar más aislada.
El tránsito es caótico, las distancias enormes, el costo de
vida altísimo, así que la gente se ve obligada a correr, literalmente correr!
en una sola dirección, la de conseguir más! Pero como todo encuentra su equilibrio, también ahí en esas grandes ciudades existe gente que saturada de ese sistema de consumo va en búsqueda de algo diferente y
superior, seguramente al haber experimentado lo insatisfactorio de esa manera
de vivir.
Pero me dirán, es así en todas partes y no hay manera de
salirse de ese sistema, aun en ciudades mucho más pequeñas nos vemos envueltos en
lo mismo, no importa si aquí llegar a casi cualquier lugar nos toma veinte
minutos y allá dos horas, el frenesí que
se nos contagia interiormente es el mismo, de tal manera que en ambos casos
reconocemos que vivimos una vida estresada.
Carl Jung cuenta en uno de sus libros una conversación que
tuvo con un jefe indígena norteamericano que le señaló que tal como él lo percibía
los blancos tienen caras tensas, ojos penetrantes y un porte cruel. Dijo: “Están siempre buscando algo. ¿Qué están
buscando? Los blancos siempre quieren algo. Siempre están incómodos e inquietos.
No sabemos lo que quieren. Creemos que están locos”. Excluyendo lo del
color de la piel, no es esa misma locura la que se nos ha contagiado a todos.
Pero ¿cómo es posible ser contagiado por algo invisible? La
respuesta es a través del pensamiento, cuando adoptamos una manera de pensar y
damos por sentada de que es la correcta, casi automáticamente se incorpora a
nuestras acciones y se convierte en nuestra manera de vivir. Las industrias publicitarias saben muy bien
eso, y lo usan para vendernos lo que
en realidad no necesitamos, lo hacen haciéndonos creer que lo que nos venden
nos va a hacer más completos y mejores si lo adquirimos.Lo paradójico es
que nunca es así, ya que como bien sabemos cuando adquirimos bienes
materiales si bien algunos son de suma utilidad, la satisfacción que ofrecen dura muy poco por lo que tenemos que lanzarnos
nuevamente en pos de algo más, con la ilusión de que lo próximo que consigamos si nos llenará
completamente, y así seguimos buscando, comprando y consumiendo. Y claro el sistema
se encarga de que cada vez más cosas sean inalcanzables con lo que resulta que hay que trabajar más o esforzarse más
para conseguirlas. No estoy hablando de desestimar las necesidades materiales,
al fin y al cabo estamos en esta tierra y tenemos un cuerpo físico que
sustentar, aparte las responsabilidades que se adquieren cuando se tiene familia, etc, lo que sí me parece ilusorio es creer que satisfaciendo solo esas necesidades
físicas y materiales seremos prósperos y felices. Hay una historia de Wayne Dyer que ilustra muy
bien lo que trato de expresar aquí:
Un hombre desastrado,
que no parecía poseer nada en un sentido material, se acercó a un capataz
caminero y dijo: -¿Puede ayudarme? Necesito trabajo. –Muy bien- dijo el capataz
caminero-, coja una piedra grande de allí y hágala rodar por la cuesta arriba y
aba. Si lo que necesita es trabajo , eso bastará a sus necesidades.
-No me entiende- dijo
el hombre-, lo que necesito en realidad es dinero. – Ah contestó el capataz-,
si se trata de dinero, aquí tiene cincuenta dólares. Pero no puede gastarlos.
El hombre se quedó de nuevo perplejo.
-No me entiende, lo
que necesito en realidad es comida y combustible y ropa, no solo dinero.
-Si está seguro que
eso es todo lo que necesita- contestó de nuevo el capataz-, puede gastar el
dinero en combustible y comida y ropa, pero no podrá comer la comida ni
utilizar el combustible ni usar la ropa.
El hombre se vio por
último obligado a ver qué era lo que realmente necesitaba: una sensación de seguridad,
paz y satisfacción interiores. Todo ello totalmente invisible, todo dentro de
su pensamiento. Todo sustento divino.
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