17 abr 2012

¡Liberarse del pasado con un dialogo entre padres e hijos, es importante!

Por Manuel Basurto V.
"Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de el" .Este pensamiento de Jean Paul Sartre para mi es sumamente impactante y engloba muchos aspectos y responsabilidades que todo ser humano tendría que asumir en determinado momento de su vida.
Es animante descubrir que siempre hubo y seguramente habrá gente con las cuales puede uno identificar sus pensamientos. Como he mencionado en otros artículos, de manera empírica estuve tratando de explicar como nuestra personalidad o carácter es influenciado por otros desde nuestro nacimiento o aun antes. 

Obviamente que la mayor influencia la recibimos de nuestros padres en el caso de tenerlos, pero también hay otras personas y circunstancias que van determinando nuestro modo de pensar y por lo tanto lo que "creemos ser". Así que ahí encaja perfectamente eso que dice
Sartre "cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de el" y eso nos toca a cada uno de nosotros. 

Creo que hay una tendencia en el ser humano y esto lo he experimentado en carne propia, a juzgar, acusar y demandar de los que influenciaron principalmente nuestra niñez. Es muy frecuente que nos sintamos victimas de las creencias y actitudes de nuestros padres o progenitores en cuanto a lo que debieron o no hacer con nosotros de pequeños. Indudablemente que todos los que somos padres tenemos que reconocer que de alguna manera "fallamos", muchas veces inconscientemente, otras porque no supimos dominar nuestro carácter ni defectos, quizás fuimos en extremo egoístas, a lo mejor fuimos presos de vicios o de las situaciones o circunstancias y la lista podría ser interminable. 


Pero resulta que revisando historias de familias pasadas y mirando aun las contemporáneas, pareciera que la historia se repite vez tras vez lo cual me ha llevado a preguntarme ¿porque sucede siempre lo mismo? no importa que tan bien hayan actuado los padres o cuanto les dieron a sus hijos, cuanto se desvivieron por darles lo que creyeron que era lo mejor para ellos; pareciera que para los hijos nunca es suficiente, siempre existirá para ellos alguno o varios aspectos en los cuales "fallaron" o debieron actuar de otra manera.


También revisando estas historias pasadas y presentes he encontrado un factor que fue determinante para la liberación y el comienzo de la realización de una vida más plena para la persona, y este factor es cuando como hijos aceptamos y perdonamos los errores o falencias de nuestros padres. Esto también lo he visto vez tras vez. Parece ser que esta decisión interior que se toma en relación no solo a nuestros padres sino principalmente en relación a nuestro pasado es determinante para catapultarnos hacia un futuro brillante. 


He aquí un ejemplo en las propias palabras de Wyne Dyer, las que dirigió a su padre a quien en vida nunca conoció: 
Cuando finalmente me encontré delante de su lápida leyendo MELVIN LYLE DYER, me quedé paralizado. Estuve dos horas y media conversando con mi padre por primera vez. Grité sin pensar en si había alguien a mi alrededor. Y hablé en voz alta, exigiendo respuestas a una tumba. A medida que el tiempo transcurría, empecé a experimentar una profunda sensación de alivio y me tranquilicé. La calma reinante era tan sobrecogedora que llegué a pensar que mi padre estaba a mi lado. 

No le hablaba a una lápida. De alguna manera me hallaba en presencia de algo que no podía, ni puedo explicar. Reanudando aquel monólogo, dije: «Siento como si de algún modo me hubieran traído aquí hoy, e intuyo que usted ha tenido relación con ello. Desconozco su papel, si es que lo tiene, pero estoy convencido de que ha llegado el momento de dejar a un lado la rabia y el odio que tanto me han hecho sufrir durante estos años. Quiero que sepa que a partir de este momento, todo ello se ha desvanecido. Le perdono.


No sé qué le impulsó a llevar su vida como lo hizo. Estoy seguro de que habrá pasado por momentos de desesperación, sabiendo que tenía tres hijos a los que nunca volvería a ver. Sea lo que fuere lo que ocurría en su interior, quiero que sepa que ya no le odiaré. Cuando piense en usted, lo haré con amor y compasión. Me estoy desprendiendo de todo ese desorden que existe en mí. En el fondo, sé que sólo hizo lo que podía hacer según las circunstancias de la vida en ese momento. A pesar de que no recuerdo haberle visto nunca y de que mi deseo más ferviente era conocerle en persona y escuchar sus propias palabras, no permitiré que esos pensamientos me impidan sentir el amor que ahora tengo por usted». 


Aquel día, delante de la solitaria lápida al sur de Misisipí, pronuncié palabras que nunca he olvidado, porque marcaron mi forma de vivir a  partir de entonces: «Le envío mi amor... Le envío mi amor... De todo corazón le envío todo mi amor». 


Me invadió una sensación de paz y purificación totalmente nueva para mí. Aunque en ese instante no era consciente de lo que me estaba sucediendo, aquel sencillo acto de perdón iba a significar el comienzo de una nueva dimensión en mi vida. Estaba en el umbral de una etapa de mi vida en la que iba a verme rodeado de unos mundos que nunca hubiera imaginado en aquellos días. 




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