Sexo, Drogas y otros placeres. Parte II (Auto entrevista)

Por Manuel Basurto V.

En la auto-entrevista anterior hablaste de placeres tántalicos, entendiéndose que en esta vida nunca alcanzamos un verdadero placer o por lo menos no en la intensidad y duración en que se anhela. 
¿Porqué es así, y que piensas podría ayudar a revertir esto por lo menos en parte?

Me parece que el quid de la cuestión es que hemos olvidado lo más esencial de nosotros mismos, es decir que somos seres integrales, formados por algo más que solo el cuerpo y los cinco sentidos. Como dije antes, me parece que los placeres sensoriales son una especie de señuelo para que nos resulte atractivo cumplir con muchas funciones sin las cuales no sobreviviríamos como especie. 

Sin embargo todos hemos percibido en algún momento placeres que no son precisamente sensuales pero que nos han producido una inmensa satisfacción interior, un éxtasis y un gozo que nos ha hecho vibrar internamente y que a su vez ha tenido muy poco que ver con lo físico o externo. Lo cual indica claramente que existe otra parte muy importante en uno con la cual no estamos en contacto o por lo menos no de manera habitual y consciente, y para nombrar esa parte me gusta la palabra alma.

¿Eso significa que solo a través del alma se puede lograr el placer absoluto?

No digo eso, la pregunta era como pasar de lo tántalico a algo más pleno, y creo que lo único que puede palear en parte esa sensación inalcanzable del placer completo, es la conexión con nuestra alma; pero para que eso suceda tenemos que comenzar por prestarle toda nuestra atención. Hay una definición del alma que me parece muy acertada: alma es una parte de la divinidad instalada muy en lo profundo nuestro como algo individual y único.

Me parece que el hombre sobretodo en la actualidad vive divorciado de su alma y casado formalmente con todo lo físico y material, esta situación es alentada y promovida por mecanismos creados para preservar intereses de la sociedad de consumo de la cual es difícil escapar. Si miramos bien, veremos que por ejemplo la industria de la publicidad nos está continuamente alienando con mensajes subliminales que nos hacen creer que al adquirir tal o cual cosa placentera con ella alcanzaremos también la felicidad, el amor o la paz, todos estados del alma.

¿Con esto estas diciendo que no deberíamos disfrutar de los placeres físicos y sensuales?

No, lo que creo es que para que los placeres pasen de ser efímeros a ser más plenos es necesario conectarlos con el alma, me parece que el cuerpo y los sentidos son solo el conducto, el canal que nos puede llevar hacia aquello que está en lo profundo y más allá de los sentidos. Creo que solo estando conectados a esa fuente interior los placeres sensuales cobran otra dimensión, se intensifican y los disfrutamos en su máxima expresión. Y más importante aun es que en ese estado de conexión con el alma toda nuestra vida puede cobrar otro sentido casi a cada momento y con todo lo que hacemos o nos sucede.

¿Pero no es que los placeres están íntimamente ligados a nuestros sentidos y por tanto a nuestra naturaleza física y carnal? 

Indudablemente que es así y en eso radica su poder atractivo lo cual nos impulsa a ir en búsqueda de saciarlos y no creo que la solución sea reprimirlos o mortificar la carne como lo propugnan algunas religiones. De lo que se trata es de ver su lado más amplio y significativo, cuando lo hacemos podemos descubrir belleza y por tanto placer hasta en las cosas más nimias e insignificantes de la vida cotidiana las cuales suelen pasar desapercibidas por falta de conexión con nuestra alma. No olvidemos que la misma es una parte de la divinidad, del todo y ¿qué podría ser más placentero que estar en armonía con aquello? 

Es más me parece que cuando la gente recurre a algún tipo de drogas no es precisamente por evadirse de la realidad, sino al contrario, es porque en muchos casos algo dentro de ella anhela conectarse con la autentica realidad. Pero esto es algo que trataré en un próximo artículo.

La furia con que el mundo actual busca el placer prueba que carece de él. Ángel Ganivet